Érase una vez… dos ninfas que habían sido encantadas.
Una era una ninfa traviesa de los bosques y la otra era un ninfa de la noche.
Las dos ninfas habían sido encantadas a vivir en un zafiro.
La mismísima Diosa de los encantamientos, sentía una predilección especial por las voces de las dos ninfas, que aún no se habían decidido a cantar ni a encantar a nadie.
Así que, un día, la Diosa de los encantamientos decidió:
-Viviréis en este zafiro hasta que consigáis encantar...
Las dos ninfas eran juguetonas y no les molestó en absoluto vivir en aquel grande y precioso zafiro. Las dos ninfas vivían jugando con las aristas del zafiro. La ninfa traviesa se escondía en las aristas y hacía cosquillas a la otra, que no paraba de reírse. La ninfa de la noche jugaba al escondite en el cristal…
Y pasaba el tiempo y lo único que conseguían hacer juntas era reírse y reírse… pero no habían conseguido ni un solo encantamiento…
La Diosa, venía esperanzada cada noche a escuchar los encantamientos de las ninfas… Pero lo único que escuchaba eran risas.
Un día, las ninfas oyeron llorar a la Diosa…
-¿Por qué lloras?
-Snif, snif… porque puedo imaginar los encantamientos que sois capaces de hacer, y me gustaría escucharlos…
Y cuando la Diosa se fue llorando, las ninfas se quedaron conmovidas…
Y lo que no había conseguido la Diosa encantando a las ninfas en el zafiro, lo habían conseguido unas lágrimas de ternura.
Las ninfas entonces, comenzaron a recorrer el zafiro y sus aristas, jugando, como antes… Pero, ahora, cada risa iba componiendo, poco a poco, sonidos mágicos que encantaban…
Entonces, las ninfas, con el sonido de sus propios encantamientos comenzaron a bailar por las aristas del zafiro… Y, entre los sonidos y las danzas, el zafiro se fue derritiendo poco a poco.
Cuando volvió la Diosa a la noche siguiente, el zafiro había desaparecido, y las ninfas la esperaban sonriendo traviesas para darle una sorpresa a la Diosa…
Cuando las ninfas comenzaron a cantar y danzar sus encantamientos, la Diosa sonrió… porque se dio cuenta de que el zafiro se había fundido en los corazones de aquellas dos ninfas… encantadoras.
Entonces, la Diosa dijo: “Os llamaréis Zafiro”.
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